Aquellas
cartas era lo que me unían a ti,
lo
que llegaba desde mi arena a tu piedra.
Aquellas
cartas que ataban la esperanza a tu ausencia,
que
sabían a té con canela de sobremesa
y al
humo de tu cigarro cuando me leías.
La
noche me hacía presencia en tu soledad,
lo
que rebullía dentro de tu alma,
lo
que agonizaba, en la mía.
El
sol se hacía crepúsculo,
la
imaginación era mi dueña,
la
esperanza traspasaba el umbral,
tu
silencio, misterio de agua turbia.
El
fuego secaba al lirio recién nacido,
el
agua de tus besos pocas veces
colmó la sed de mi boca.
Percibo el deseo en la palabra,
se
atraganta la lágrima en los ojos vacíos,
en
los pocos “te quiero”que te nacían
Nada
pienso, nada espero de ti
cuando
el sexo ya no es llama
solo
recuerdo perdido entre sueños,
entre
arrepentimientos.
Aquellas
cartas que te escribía,
perdidas
entre mudanzas,
ya
no reclaman que siempre,
aún siendo mío solo eras una huida,
entre los pétalos de una margarita.
(Obra de Galiana.)
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